miércoles, 24 de septiembre de 2014

la madre



Mi madre
Andaba a tropezones, la mierda se le salía, se iba hacia los lados como un borracho, no dirigía las manos a lo que quería.
Del cerebelo, dijo.
Cortaron un trozo de cabeza y cerraron. A los diez años fue a visitar al médico, para darle las gracias.
<Lo que hace la vida Agustina, le dijo.
<Usted.
<No, Agustina, yo te mandé a tu pueblo a que te enterraran.
Tardó un mes en caerse, romperse una cadera, quedarse en la cama y morir.
Una muerte de rebote. Siempre salvando nuestras costillas, claro.
Aquel mes, a fuerza de presionar, -eso creímos- mi hermanico Agustín consiguió que mi madre testamentara a su favor.
Bueno, ya lo sabes. Si. Se quedó con todo: La casa, la panadería, las huertas.
<Mira, te voy a hacer dos “cabronás”, te voy a dejar sin nada por activa o por pasiva, y luego me voy a morir, para que no me puedas juzgar>
Ese fue el mensaje de mi madre.  
Y encima, encima no sabes por qué lloras, no sabes si lloras porque alguien se ha muerto, porque se te ha muerto tu sentimiento, porque no te has muerto tu en vez del muerto, porque lo que te has ganado trabajando cuando tenías que dormir se lo han dado a otro, porque  odias a tu hermano, porque tu hermano te odia y no tienes palabro que lo defina, o porque te sigue dando lástima. No sabes quién te da lástima.
No dejo de pensar en ella. Siempre he dicho que la adoraba. La madre. Mi madre.
> Cuando yo falte -decía- Cuando yo falte..
A veces las madres somos una llaga. .  .
Y yo sentía  desmoronarse el mundo sin su presencia. Se me nublaba el horizonte, nada alrededor de mí ni en mi interior. No podía existir el mundo si ella faltaba. Lo decía a menudo cuando todavía ella era una mujer joven para lo que ahora se ve, y yo aún no había cumplido 30 años. El hilo que me hacía pertenecer a algo o a alguien era ella.
Una llaga que no quieres que se cure

Por eso miras a otro lado. Por eso
¿Cómo vas a mirar de frente a lo que de verdad te duele, si ese dolor es el único que lleva un consuelo?




Cuando naciste,
tres días antes de cumplir los 9 meses de la boda,
no faltaron habladurías.
No, no es eso lo que me importa ahora. Entonces, si. Ahora no. Yo no sabía querer a un hijo. Te lo digo como lo sentí. Entonces, no. No se si alguien sabe, o hacen como que saben. Sabes algo: sabes que es tuyo.
Cuando no tienes nada, un hijo te empuja a un río en el que está el resto del mundo. Ya no eres diferente, eres uno más con mayor o menor fortuna. Te convertías en alguien, o eso era lo que creíamos. Querer, lo que se dice querer, sentir algo por ese cuerpecillo que solo comía y cagaba, eso no puedo decir que lo sintiera. No es verdad que una mujer sabe querer de forma natural. O tal vez sea que  a nosotros no nos habían enseñado. Nos daban de comer, nos vestían y dormíamos en caliente. No creas que no lo he pensado todos estos años. Sobre todo cuando estuve tan enferma después del segundo parto y no me podía mover para coger a la niña de la cuna. Años soñando que se me moría, años sin poder dormir por miedo a que los sueños fueran realidad. Me preguntaba  si la vida conoce cuando uno tiene un  defecto.
Defecto
Luego, van pasando los días, y vas sabiendo con las entrañas que es
parte de ti.
Como parte de ti empiezas a querer
 

Mi madre no se arreglaba  nunca.
Las mujeres de treinta años eran viejas. Las mujeres iban al campo con tres o cuatro o cinco pololos cuando tenían la regla. Te lavabas por la noche.
Odiábamos el cuerpo.
Queríamos odiando. 
Buscando la postura más cómoda del amor, la que asimila otra vida a la propia, la que engulle, la que nos demuestra que somos más fuertes que el otro, la que acapara las fuerzas de los demás y nos deja a la intemperie con el sobrepeso de la responsabilidad.

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