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”Al grito insensato de ‘viva la muerte’ yo digo, que
cualquier mutilado que carece de la grandeza de Cervantes siente un terrible
alivio viendo como se multiplican los mutilados a su alrededor”.
Respuesta esta
que se estudia en los anales de Psicología como el paradigma de carácter
biófilo, frente a la afección más putrefacta de esa parte del cerebro que manda
en el alma, llamada ‘necrofilia’.
¿Qué pensaríamos
si una joven funcionaria interina –siempre son interinos e interinas- al
comunicarle que determinadas personas en lo mejor de su vida han sido
diagnosticadas de, pongamos por caso, Leucemia aguda, se pusiera a aplaudir y
en el acmé de su alegría gritase ¡que se jodan!? ¿Y qué diferencia hay entre
una persona joven que ha de pasar un calvario durante , en el mejor de los
casos , un año y medio, para llegar a ser medio sana, con un nivel de salud que
nunca será el que tuvo, y una sociedad enferma de pobreza, con la incapacidad
que se instala en todo la economía corporal cuando no sabes hacia donde ir cada
mañana, y no esperas nada, y nadie te abre una puerta, y te agobian los futuros
de tus hijos, y el frío, y el calor, y la enfermedad, y la iniquidad de haber
consentido llegar a esa situación que parece depender de una culpa arraigada en
los mismísimos intestinos propios, cuando todo señala que al dolor del alma
solo le corresponde una razón. Y es uno mismo. Igual que una leucemia, pero sin
tratamiento, con el veneno mortal afincado para siempre en el interior y la
solución determinada sin vuelta por aquellos que han conducido tu vida a semejante
infierno?
Todos tenemos en
mente que una persona de esta calaña es una enferma mental. Insisto en que la
enfermedad mental es una perversión de los afectos, que erosiona la intelectualidad muy levemente, por eso es
posible que muchos y muchas accedan a puestos de “irresponsabilidad” pareciendo
normales, mientras a determinadas preguntas den respuestas situacionales
acordes, o medianamente acordes. Solo hay que ponerlos/as en una situación
hirviente para que la rabia que depende con toda seguridad de la frustración y
la falta de valentía ante la vida, incendie las palabras con el odio que son
incapaces de gestionar y de actualizar. No es ese “un odio que ennoblece” como
versaba Benedetti, sino un odio hacia si mismos, enraizado en la incapacidad de
desobedecer los predicados y los emblemas de casta, un odio anodino herido de
ceguera, porque la realidad que se esconde tras la hermosa mentira de su vida erosiona
la totalidad de su identidad con esa fiebre sin truco que son los otros:
espejos que devuelven una imagen deforme y brutal.
Ese odio hace
decir a una acomodada niña de provincias cuando alguien anuncia “la enfermedad
social más grave”, si, le hace decir: ¡que se jodan!
No tengo ninguna
duda de que existe un JUSTICIA POÉTICA.