(LIBRO PERRUNO)
Nunca tuve animales de compañía hasta pasados los cuarenta años. No
porque no me atrajera acariciar a un bebote de cualquier raza o especie, sino
porque simultáneamente pensaba en mi vida contra reloj y contra pronóstico, sin
casa donde establecer más futuro que el mañana inmediato, sin más sueldo que el
de ir tirando sin concesiones al semi lujo, sin más proyectos que los puramente
profesionales , casi siempre fallidos o mendigados. Había una tiendita de
mascotas en mi barrio en la que me embobaba los sábados de compra semanal, Y
mientras mi inocencia se divertía con aquellos seres enjaulados en metacrilato
, mordiendo recortes de periódico y haciendo monerías con las bolitas de
comida, mi conciencia maquinaba mis condiciones ambientales y enumeraba
posibilidades de conseguir uno de aquellos seres de escaparate. Tras sopesar
con angustia el mañana, decidía que jamás pisarían mi espacio. Me marchaba
cabizbaja, como cuando encontraba en el patio algún gorrión extraviado del nido
y sabia que no llegaría a la tarde, que ni aún dejándolo con amor sobre el
tejado cercano, encontraría el camino a la vida. Ese dolor que produce la
frustración de lo que es justo pero imposible.
Tras muchas vueltas a los caminos de la contratación y el paro, las
oposiciones, la no previsiones o los proyectos que acababan en tablas, culpas o trabajos basura, alguien cercano, me
dejó en la puerta un ser gatuno bellísimo de ojos mostaza y pelo sedoso. Su
condición de bebé rechoncho y peludo le valió el nombre de Bolita, una emperatriz
que despertó en mi vida el afecto incondicional por los seres que proyectan
todo lo que son en la intimidad de una mirada.
En años posteriores mi vida se fue llenando de perros abandonados,
apaleados, desahuciados, no deseados, juguetes de personas pequeñas , que venían
con su mochila de recuerdos silenciosos , su impronta de abandono, su cerebro
lastimado por manos sádicas y pies corruptos, sus miradas de niño agazapado en
el recuerdo del dolor y en la posibilidad de que solo ese sentimiento fuese el
único en la vida. Porque la mente de un ser vivo –al que le hemos robado su
territorio natural y su madurez vital- que no tiene más trayectoria que la
frustración de las necesidades básicas ni más mano que la que le roba la alegría
de vivir, no puede inferir que el mundo auténtico acercará su mano para
remendar la energía herida que llamamos peligrosamente alma en alguien que ,
según todas las creencias , no ha de tenerla.
(Continuará)