Mohamed
tiene los ojos no como Mohamed, sino como Hanna McCotter, su madre irlandesa,
parida en el Bronx y muerta en Casablanca cuando el bebé Mohamed asomó su culo
blanco y distócico, justo entonces, cuando conoció el azote de la vida y el
abrazo de la muerte.
Mirada
azul y pelo crespo de erizo, de puro negro
azul zaíno. Pecas ocres en su piel de casi niño aún. Lobo de mar,
sin embargo. Y pobre, tanto que hasta los sueños le huyen. Su padre
–dice- le alejó de su vida por maldito y
excéntrico. Fué mendigo antes que niño hasta que sor Leandra le encontró
fisgando en la faltriquera de doble fondo del padre Antonio de Padua. Desde
entonces bebió, comió y aprendió latín y castellano, recitó a don Jose María
Pemán y se ganó el pan y el vino de misa en misa y de chapuza en chapuza; que
el convento de sor Leandra tenía más agujeros que huerfanos, y el jornal había que merecerlo ayudando por
rigurosa lista al cura Aquilino, el
angelote músico y deportista con los pantalones de franela más viejos de todo
Marruecos, y su lazo de pajarita azul turquesa regalo del marajá del algún país
que no viene en los mapas y Mohamed nunca aprendió.
Ya
hace tiempo que tuvo 16 años y abandonó la residencia donde aprendió a escribir
con letra de pata de mosca. Y a amar. También a amar. Cira-Quimera la
llama. Alta y bella. Dulce como el ron
canario y huérfana de padre y de mundo como yo: mi vida. Aquí está, músico con
su flauta dulcísima, que Aquilino, el hombre de su vida, padre, cura y músico,
en cualquier orden cuando lo que se necesitaba primero era atender al niño, al
hijo o al artista que somos –dice-, Aquilino –dice- le legó cuando las tifoideas
se lo llevaron hace ya diez años, y Mohamed se quedó más huérfano aún, huérfano
triple por primera vez, porque entonces pudo ponerle música al dolor de todos
los abandonos. Mohamed de ojos de cielo matinal y pelo de mihura, solo y
quebrado, lavado por lágrimas de dieciseis años errantes, ante la tumba de su
padre, una noche de oscuridad abisal, juró llenar de música los pasillos del
mundo y amar a su Quimera como solo él sabía. Metro Bilbao, todos los días.
Qué hermoso María, nunca sabes lo que hay detrás de cada rostro....
ResponderEliminarFlor