NINGÚN ORGANISMO PUEDE INVOLUCIONAR
Desde que el sistema inmune
aprendió a distinguir “lo propio de lo ajeno” los seres vivos aprendieron a
individualizarse. La gran epopeya de la vida consistía en delimitar el mundo
externo del mundo interno. ¿Qué organismo sobreviviría cometiendo errores que
habían abortado el crecimiento de si mismo y de la especie? No solo eso, sino
que el interior de una célula produce, incluso, para que sobre, sabiendo que
tiene integrada una “dead line” vital, y que cuando acabe su crecimiento y su
desarrollo acabará su vida, más o menos longeva; preparando así el nacimiento
de unidades vitales que abordarán el aprendizaje precedente para bien de la
comunidad, y desde luego, para bien de la función organizativa del individuo.
La involución es la locura. La
confusión entre el interior y el exterior es la enfermedad. Las sociedades
tisulares no conceden importancia mayor a una célula u otra, no a su progenie,
y de ninguna manera, perdonan sus errores. El vigilante biológico acelera la
muerte programada de aquella unidad que haya perdido la función y la
cooperación. No perdona el error de ventajismo ni de expansión. Simplemente
interpreta los límites que se han extravasado y la invita a autodestruirse o la
rodea de células limitadoras llamadas por los clásicos Natural Killer.
En estos días que llevamos un
ritmo social vertiginoso hacia antiguos predicados, con declaraciones que no se
atrevería nadie a interpretar en una vieja película de nazis, releo con
urgencia The Cell, un libro libre, inicialmente escrito por Watson (el del DNA
y su Nobel revolucionario) para poder dormir confiada. Al fin y al cabo,
llegamos a través del RNA, una hebra sin carisma aparente, un puente entre el
encofrado y la inteligencia, para hacernos al mundo de las arqueas: esos
inservibles microorganismos –los homeless de la biologia- que encontraron en su
cooperación, el camino a la célula tal y como la conocemos y , se quedaron en la despensa mitocondrial, para llegar al presente como recuerdo de que todos los pasos son fundamentales.
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