sábado, 14 de abril de 2012


                                    NINGÚN ORGANISMO PUEDE INVOLUCIONAR

Desde que el sistema inmune aprendió a distinguir “lo propio de lo ajeno” los seres vivos aprendieron a individualizarse. La gran epopeya de la vida consistía en delimitar el mundo externo del mundo interno. ¿Qué organismo sobreviviría cometiendo errores que habían abortado el crecimiento de si mismo y de la especie? No solo eso, sino que el interior de una célula produce, incluso, para que sobre, sabiendo que tiene integrada una “dead line” vital, y que cuando acabe su crecimiento y su desarrollo acabará su vida, más o menos longeva; preparando así el nacimiento de unidades vitales que abordarán el aprendizaje precedente para bien de la comunidad, y desde luego, para bien de la función organizativa del individuo.

La involución es la locura. La confusión entre el interior y el exterior es la enfermedad. Las sociedades tisulares no conceden importancia mayor a una célula u otra, no a su progenie, y de ninguna manera, perdonan sus errores. El vigilante biológico acelera la muerte programada de aquella unidad que haya perdido la función y la cooperación. No perdona el error de ventajismo ni de expansión. Simplemente interpreta los límites que se han extravasado y la invita a autodestruirse o la rodea de células limitadoras llamadas por los clásicos Natural Killer.

En estos días que llevamos un ritmo social vertiginoso hacia antiguos predicados, con declaraciones que no se atrevería nadie a interpretar en una vieja película de nazis, releo con urgencia The Cell, un libro libre, inicialmente escrito por Watson (el del DNA y su Nobel revolucionario) para poder dormir confiada. Al fin y al cabo, llegamos a través del RNA, una hebra sin carisma aparente, un puente entre el encofrado y la inteligencia, para hacernos al mundo de las arqueas: esos inservibles microorganismos –los homeless de la biologia- que encontraron en su cooperación, el camino a la célula tal y como la conocemos y , se quedaron en la despensa mitocondrial, para llegar al presente como recuerdo de que todos los pasos son fundamentales. 




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